Saludos, ciudadanos.
Os voy a contar un cuento:
Hace mucho, mucho tiempo, gobernaba en la bonita y no tan lejana región de Hellspain un Emperador llamado Zepeluí. Pese a sus esfuerzos por mantener a su pueblo próspero, lo cierto es que día a día la pobreza se iba apoderando de sus habitantes, y es que Zepeluí, antes que emperador había sido un humilde y torpe zapatero incapaz de entregar sus remiendos a tiempo, necesitando en ocasiones la ayuda de unos duendes.
El populacho, deprimido y desencantado, estaba al borde de la desesperación. La Cenicienta no llegaba a fin de mes, el Patito feo apareció ahorcado en un rincón, Pulgarcito ahogaba sus penas en dedales de vodka, Juan sin miedo vivía acojonado porque le iban a deshauciar y Caperucita se vió obligada a hacer felaciones por unas lonchas de pavo Campofrío. Un tío de Hamelin encabezaba protestas sociales, pero le llamaron perroflauta y acabó rociado de gas mostaza y siete huesos rotos tras una paliza del Gato con botas.
Nadie sabe realmente cómo se llegó a dicha situación. Unos otros apuntaban a la coyuntura general culpando a la malvada bruja teutona Merkelus, otros opinaban que Pepeluí era simplemente imbécil e incapaz, y casi todos coincidían en echar la culpa a los tres cerditos por joder la economía contruyendo tantísimas casas de ladrillo.
Un buen día, Pinocho, que era el presentador del telediario de las tres, ofreció una importante noticia a los ciudadanos; el Emperador Zepeluí, hastiado y rodeado por la situación, se retiraba y convocó elecciones con carácter inmediato.
El populacho, deprimido y desencantado, estaba al borde de la desesperación. La Cenicienta no llegaba a fin de mes, el Patito feo apareció ahorcado en un rincón, Pulgarcito ahogaba sus penas en dedales de vodka, Juan sin miedo vivía acojonado porque le iban a deshauciar y Caperucita se vió obligada a hacer felaciones por unas lonchas de pavo Campofrío. Un tío de Hamelin encabezaba protestas sociales, pero le llamaron perroflauta y acabó rociado de gas mostaza y siete huesos rotos tras una paliza del Gato con botas.
Nadie sabe realmente cómo se llegó a dicha situación. Unos otros apuntaban a la coyuntura general culpando a la malvada bruja teutona Merkelus, otros opinaban que Pepeluí era simplemente imbécil e incapaz, y casi todos coincidían en echar la culpa a los tres cerditos por joder la economía contruyendo tantísimas casas de ladrillo.
Un buen día, Pinocho, que era el presentador del telediario de las tres, ofreció una importante noticia a los ciudadanos; el Emperador Zepeluí, hastiado y rodeado por la situación, se retiraba y convocó elecciones con carácter inmediato.
Varios candidatos se postularon para el puesto. Entre ellos estaban el Soldadito de plomo, que tenía pocos afiliados por pesado, Aladino, el cual prometía cumplir los deseos de todos, la coalición entre Hansel y Gretel, Gulliver que todo lo quería hacer a lo grande, el desconocido Rumpelstiltskin... pero los mejor posicionados eran el Sastrecillo valiente, porque hay que ser valiente presentarse sabiendo que vas a perder (la gente no quería pasar de un zapatero a un sastre, era como más de lo mismo), y Pedro, que se había pasado la anterior legislatura anunciando repetidamente que venía el lobo.
El día de la elecciones mucha gente ni siquiera acudió a votar. La liebre lo hizo en el último minuto, pero la tortuga llegó tarde, así como la Ratita presumida, varios leñadores, Rapunzel que prefirió quedarse en la cama con Peter Pan y una princesa muy bella que se quedó dormida. Pese a la intensa campaña del Sastrecillo la cual hizo movilizarse a multitudes (los siete enanitos, los siete cabritillos y los músicos de Bremen), Pedro, el del lobo, ganó por mayoría absoluta al contar entre otros con el beneplácito de Simbad y sus cuarenta ladrones.
Mientras algunos estaban contentos con la victoria (caso de La Lechera, Ricitos de Oro, Barbazul), otros temblaban. La cigarra y la hormiga temían no poder oficializar en matrimonio su abierta relación lésbica y la Vendedora de cerillas, que preocupadísima pensaba seriamente en quemarse a lo bonzo.
Y así, llegó el día en que Pedro, el que tanto había anunciado que venía el lobo, se convirtió en Emperador, dándose cuenta que desde ese mismo momento sus pronósticos se cumplieron: por fin el lobo había llegado.
Pero ese es otro cuento que merece ser contado en otra ocasión.
El día de la elecciones mucha gente ni siquiera acudió a votar. La liebre lo hizo en el último minuto, pero la tortuga llegó tarde, así como la Ratita presumida, varios leñadores, Rapunzel que prefirió quedarse en la cama con Peter Pan y una princesa muy bella que se quedó dormida. Pese a la intensa campaña del Sastrecillo la cual hizo movilizarse a multitudes (los siete enanitos, los siete cabritillos y los músicos de Bremen), Pedro, el del lobo, ganó por mayoría absoluta al contar entre otros con el beneplácito de Simbad y sus cuarenta ladrones.
Mientras algunos estaban contentos con la victoria (caso de La Lechera, Ricitos de Oro, Barbazul), otros temblaban. La cigarra y la hormiga temían no poder oficializar en matrimonio su abierta relación lésbica y la Vendedora de cerillas, que preocupadísima pensaba seriamente en quemarse a lo bonzo.
Y así, llegó el día en que Pedro, el que tanto había anunciado que venía el lobo, se convirtió en Emperador, dándose cuenta que desde ese mismo momento sus pronósticos se cumplieron: por fin el lobo había llegado.
Pero ese es otro cuento que merece ser contado en otra ocasión.
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