Saludos, ciudadanos.
Hay por ahí, por el mundo de la política, tipejos y tipejas que repugnan. Algunos creen que el sillón donde se sientan es una especie de Trono De Los Dioses desde el cual pueden hacer y deshacer a sus anchas. Otros, que ni se sientan siquiera, tienen como única función en sus asquerosas vidas la de seguir engañando al populacho con el objetivo de posar su culo en uno de esos sillones. A éstos se les ve de lejos. Es más, nunca han disimulado su afición por la pasta fácil. Ya sea en el seno de los gobiernos o en las distintas oposiciones, todos conocemos a un elemento de este tipo, cuyo referente sería un Zaplana cualquiera por aquello de "yo estoy en política para forrarme".
Hay otros políticos a los que admiro profundamente. Ahí está Berlusconi, por ejemplo. Cada vez que veo a este tío u oigo sus bravuconadas siempre viene a mi mente la misma frase:
"¡¡Olé sus huevos!!"
Lo que en nuestro barrio sería un asqueroso viejo verde, un machista redomado, un loco que cuenta chistes patéticos, un putero que gusta de adolescentes y un fascista peligroso, ¡¡en Italia van y lo hacen Primer Ministro!! ¡¡No me digan que el cabrón ese no tiene mérito!! Ni el Emperador de Roma tenía tantas licencias ni tanto poder, pero le siguen votando pese a sus numerosas fechorías.
¿Son los italianos estúpidos? ¡¡NO!! Simplemente no pueden hacer otra cosa que rendirse ante ese ente supranormal, ese puto Dios omnipotente, ese prodigio de la naturaleza cuyo éxito trasciende y supera las leyes universales, a Galileo y a Newton, a Gutemberg a Leonardo y a Tesla. Es normal.
Son personas... ¡¡Qué digo personas!! son Deidades capaces de despertar la admiración colectiva, unir a las masas en una inigualable catarsis de regocijo mientras, entre sonrisas, manejar los hilos del mundo mientras los pobres diablos les aplauden y jalean.
Ayer también pensé "¡¡Olé sus huevos!!" cuando ví a Camps celebrar la victoria.
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